Podemos escribir interminables renglones tratando de explicar el sentido de la libertad, o el lugar donde ella radica. Algunos soñadores persiguen esta utopía durante décadas, realizando titánicas obras, que manchan de tinta infinidad de papeles y circulan por miles de calles para llegar a las manos de innumerables lectores, cuando a pesar de todos esos esfuerzos otros tantos la ven de un modo distinto y señalan un punto de vista distinto al respecto de la tan mentada libertad. Sin embargo, visiones tan diversas de un mismo aspecto coinciden en algo muy elemental.
Los viajeros, solemos encontrar en los caminos una respuesta a esta clase de interrogantes, una respuesta que en definitiva poco tiene que ver con los mapas, la geografía o los paisajes. Después de haber llegado a las incontables metas que nos proponemos a lo largo de nuestro breve paso por este mundo, apreciamos una visión diferente de lo cotidiano y breve que nos esclavizara a perseguir esas sensaciones de libertad o realización por el resto de los días, pero eso si, cada vez de una manera mas ciega, mas incondicional de alcanzar esa sensación de gozo. Pero todo esto, nada tiene que ver con la libertad.
Los viajeros, somos muchas veces esclavos de nosotros mismos. Escapando de las prisiones cotidianas, de los patrones, de los horarios, nos arrodillamos al pie de nuestra propia fuga. Con esto no pretendo decirles que el viajar es desagradable, todo lo contrario, y me atrevo a proponerles el viaje como medicina de los días y enfermedad para los santos. Pero lo que nos atañe en esta curiosa velada ( al menos para mi que me atrevo a escribir de noche imaginando un lector que esta vivo en este momento adentro de mi, sin tiempo ni distancia, sino que late para mi en cada renglón) es este asunto de la libertad. El manoseado asunto de la libertad.
La libertad, que me atreveré a definir para ustedes modestia aparte, nada tiene que ver con este razonamiento. Ni tampoco, con ningún razonamiento. Es en el momento justo en que nuestra alma se silencia para dar paso al gozo donde podemos experimentarla. Solamente cuando comprendemos que pintar el mundo del color que nos hace bien nos regala libertad, decidimos callar para sentirlo. Porque sentir la libertad es un asunto muy diferente de escribir tres tomos de un manual sobre como alcanzarla, o leerlos, lo cuál consideraría una actividad más esclavizante aún.
Ese silencio no tiene que ignorar el mundo que le rodea, las tristezas, las miserias, la injusticia y el placer. Pero tampoco debería pensarlo. Mas bien debería sentirlo, vivirlo propio, es propiamente un silencio que le dice al cerebro… “estos aspectos prefiero combatirlos con el corazón”.
Después de mucho viajar llegaremos a la conclusión de que el viaje son todos los días de la vida, y que mi ropa habrá que lavarla igualmente si vivo en Katmandú o en Cofico. Pero el viajar entregado a aventuras fantásticas que envuelven el alma y todo lo dominan, porque viajando no existe la opción de saltear esa posibilidad si quiera por un instante, nos regalará ese valioso anillo de poder que podremos, si somos capaces, seguir frotando por el resto de los días.
Una melodía en el corazón de la noche ablandará nuestros corazones en el momento justo de expresar nuestro amor y una mano que se toma con otra por solidaridad, vale mas que una que se acerca desde arriba para otorgar la caridad. Viajeros de los días comunes, vale mas cualquier instante presente que las obras completas de Roberto Von Sprecher.
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